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El pecado original.


Un día en mi tierra, la ciudad de Chihuahua, un muchacho, que sabía se llamaba Francisco Quinn, se me acercó. Era un sábado en la tarde y me dijo, me voy a incorporar al ejército y quiero que tú seas mi soldadera.
¿Por qué? Le pregunté
Porque creo en la revolución y en Pancho Villa
No, le dije, ¿Por qué quieres que sea tu soldadera? si apenas me conoces.
Te he visto por ahí y me gustas y bueno… Sea como sea, decidí que si me unía a la lucha, querría tenerte conmigo. Eso es todo.
Y así, una mañana en el año de 1910, como si fuera una decisión pasajera, Manuela "Nellie" Oaxaca se fue a la guerra con un joven alto y apuesto del que sólo sabía el nombre.
Se sentía segura de su decisión pero no sabía que cambiaría para siempre su vida.
Este hombre, convencido revolucionario y tozudo macho antiguo, este hombre llamado Francisco Quinn, sería el padre de sus hijos, el origen de su miseria y el dueño de sus felicidades.
Juntos se subieron a un vagón de tren en un día en la mañana. El tren estaba repleto de los revolucionarios y sus mujeres.
Se dirigían a Durango, a la lucha, con el general José Doroteo Arango, mejor conocido como El Caudillo del Norte, Pancho Villa.
El tren se detuvo en el desierto y Nellie se tuvo que bajar a cumplir con su labor como mujer en el frente. Así que cocinó, por primera vez, junto a las otras mujeres, para su hombre.
Los tacos le quedaron bien buenos y Francisco invitó, incluso, a otros hombres para que los probaran…todos celebraron la cocina de Nellie.
Sonó una canción dulce y las luces comenzaron a apagarse en el frío del desierto. Los hombres abrazaban a sus mujeres debajo de las cobijas extendidas al azar en el desierto entre las lámparas de keroseno.
Nellie no sabía qué hacer. Tenía frío pero no podía pedirle cobijas a Francisco. ¿Qué podía hacer? No iba a acostarse junto a un hombre que acababa de conocer… por más alto y guapo que fuera.
Tendría que dormir junto a ese muchacho a quien apenas conocía, ese muchacho que nunca le había dicho cosas bonitas y que, sencillamente, lo había dado por sentado.
Me vio tiritar de frío.
Ven, métete debajo de la frazada.
No puedo dormir contigo le dije
Esto es una locura. No te voy a tocar. Sólo te pido que te metas debajo de las mantas, hace frío.
Sacudí la cabeza en forma negativa.
¿Crees que la gente puede dormir junto sólo cuando está casada? – se río
Por supuesto le dije, sabiendo que no era verdad.
En el otro extremo del vagón iba un sacerdote. Francisco lo llamó.
Padre, acérquese. Esta chica y yo queremos casarnos antes de morir.
Lo primero que dijo Francisco después de la sencilla ceremonia fue: ‘Muy bien, métete debajo de la manta’”
A partir de ahí, Nellie durmió bajo las cobijas con su nuevo esposo. Por las mañanas, él se iba a la guerra; ella lo esperaba. Francisco subía colinas para enfrentarse a los disparos de las fuerzas federales.
Al irse Francisco nunca volteaba la cabeza para despedirse de su mujer… pero siempre regresaba con ella.
Un día en medio de la devastación, Nellie sintió una nueva vida en su interior: estaba embarazada. Cuando un sargento se dio cuenta del embarazo, la mandó de regreso a Chihuahua: no había lugar en el frente para una mujer embarazada.
A Francisco no le importó, los hombres parecían demasiado preocupados con las balas. Pero Nellie no tenía nada. ¿A dónde iba a ir una mujer sola y pobre en medio de una guerra despiadada?
Al llegar a la ciudad, Nellie no pudo encontrar a su familia. Todos habían partido, estaba sola, con un embarazo avanzado, un marido en la guerra y un par de bolsillos sin dinero.
Tuvo la fortuna que una señora le ofreció un cuarto para parir y una bruja le ofreció un geranio. El geranio todavía no florecía y la bruja le dijo que, si la flor salía blanca, sería una niña y que, si la flor resultaba roja, sería un niño.
Al comenzar las labores de parto, Nellie rasgó el capullo del geranio con una mano furiosa. Estaba gimiendo del dolor en ese pequeño cuarto miserable, completamente sola y abandonada en el mundo. Antes de desmayarse pudo ver la flor… y era roja como la sangre.
Había nacido, en las circunstancias más miserables, la leyenda de masculinidad, vida y locura, Anthony Quinn.

Así fueron los inicios del gran Anthony Quinn, el mítico actor que ganó dos veces el Oscar, que conquistó Hollywood, que vivió en la gloria del mundo más privilegiado.
Un hombre que, antes de ser Anthony Quinn, el gran intérprete pendenciero de Hollywood, fue un niño que se llamaba Antonio Rodolfo Quinn Oaxaca, su historia de vida se remonta a la más profunda miseria del México revolucionario.
Fue un 2 de abril de 1915 en Chihuahua, cuando fue bautizado, fue entonces cuando desde muy pequeño su familia se fue a vivir a Estados Unidos, a Los Ángeles.
Ahí, el padre de Anthony encontró trabajo en la industria fílmica, como asistente de cámara. Ahí también el joven Tony creció y empezó a probar profesiones.
Como chico migrante creciendo en el este de Los Ángeles quiso ser, alternativamente, cura y boxeador, arquitecto y actor.
Esta última profesión, por azares consecuentes, terminó por escogerlo.
Y, así, adaptándose a una nueva vida en una ciudad lejana, se comenzó a forjar la carrera de uno de los más grandes actores de su generación.
Fue gracias al apoyo de la estrella de ese momento, Mae West, para quien trabajó como anunciador en uno de sus espectáculos, que representaba en un teatro de Los Ángeles, y luego de incursionar en ese ambiente realizó su debut, a los 21 años, como extra en la película La Vía Láctea.


Después de una larga vida actoral, el primer Oscar concedido a un intérprete mexicano fue para él, por su actuación en la película ¡Viva Zapata! al lado de Marlon Brando.
Su segundo Oscar, lo obtuvo gracias a su actuación como el pintor Paul Gauguin en Lust for Life, una película sobre la vida del artista Vincent van Gogh, en la que sólo apareció ocho minutos… Sí, así de buena fue su interpretación.
En esa ocasión al recibir la estatuilla su discurso fue muy comentado, porque pensaba la gente del ambiente artístico que sus agradecimientos serían para el mundo estadounidense y Hollywood, siendo todo lo contrario, esto dijo… “Antes que nada, soy mexicano, y como tal, formo parte del espíritu que mueve a los latinos, algo que siempre preciso en forma terminante donde sea que estoy. ¿Cómo podría ser de otra manera? El nacer en uno de los lugares más castigados y deseados por los intereses revolucionarios de aquellos tiempos, a mi familia y a mí, al igual que a muchas otra familias, la Revolución nos arrojó a Estados Unidos, a emprender otra lucha, en otro ambiente y entre otras gentes, pero soy mexicano, formo parte de la comunidad latinoamericana y siempre lo he expresado así.”

El actor dotado de un singular humor y muy amigo de las faldas, él mismo lo comentaba que se enamoraba siempre de sus compañeras de reparto, se casó en tres ocasiones, tuvo 13 hijos, dentro y fuera de sus matrimonios.


El revolucionario mexicano, el jeque árabe, el griego sabio, el pintor vitalista, el paisano filósofo, el anciano elocuente, se dieron cita para habitar en el pellejo de un solo hombre, que trazó su propio epitafio en una de sus declaraciones:
“Lo étnico no supone ninguna diferencia, soy una persona en el mundo”
Este gran señor actor, director y productor mexicano de cine, además de ser escultor y pintor, partió hacia mejor vida en el año de 2001.
Descanse en paz Zorba, el griego.


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